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Montado en mi moto, decidí emprender un viaje hacia el corazón de Extremadura, a un destino que había escuchado mencionar en susurros de aficionados a la historia y aventureros: Granadilla. La promesa de una antigua villa romana, un pueblo desolado y una historia fascinante me atraía como un imán. Así que, casco puesto y motor rugiendo, puse rumbo hacia el noroeste de Extremadura.
El camino hasta Granadilla fue una mezcla de curvas y paisajes bonitos. Pasé por campos y colinas, disfrutando del viento en la cara y el motor rugiendo bajo mis pies. Cada curva me acercaba más a esa villa misteriosa.
Al llegar, lo primero que vi fueron las murallas de Granadilla. Aunque abandonadas, seguían imponentes. Aparqué la moto cerca de la entrada y me tomé un momento para admirar el lugar. El silencio era casi total, roto solo por los sonidos de la naturaleza.
Andar por las calles de Granadilla fue como viajar al pasado. Las casas vacías y las estructuras antiguas me hicieron imaginar cómo habría sido la vida allí hace muchos años. Las calles empedradas, la iglesia y las plazas contaban historias de un pueblo que alguna vez estuvo lleno de vida. A pesar del abandono, había algo especial en el aire, una sensación de dignidad y resistencia.
Me encontré con otros pocos visitantes, todos maravillados por la atmósfera del lugar. Uno de ellos, un historiador aficionado, me contó más sobre la historia del pueblo y cómo había sido desalojado en los años 60. Fue interesante escuchar sus historias y aprender más sobre el lugar.
En los años 60, el Estado decidió desalojar Granadilla para construir el embalse de Gabriel y Galán. Los habitantes fueron obligados a abandonar sus hogares con la promesa de que sus tierras serían inundadas. Sin embargo, el agua nunca llegó a cubrir la zona, dejando al pueblo en un estado de abandono. Pensar en cómo los habitantes tuvieron que dejar sus hogares me puso un poco triste, pero también admiré cómo el pueblo había resistido el paso del tiempo.
En 1980, Granadilla fue declarada conjunto histórico-artístico, un reconocimiento que la rescató del olvido total. Esta distinción ayudó a proteger y restaurar su patrimonio, y mientras caminaba por sus calles, pude ver los frutos de esos esfuerzos. Las murallas estaban en buen estado, las edificaciones principales se mantenían firmes, y había un aire de reverencia y respeto hacia el pasado.
Granadilla no solo vivía en los libros de historia; también había dejado su huella en el cine. En 1989, Pedro Almodóvar eligió este escenario para su película ‘Átame’. Mientras recorría el pueblo, podía imaginar las escenas filmadas allí, con Antonio Banderas y Victoria Abril, y entendía por qué este lugar había capturado la imaginación del director.
De vuelta en la moto, con el sol poniéndose, sentí una conexión especial con Granadilla. Este viaje no solo fue una aventura, sino también un encuentro con la historia. Mientras arrancaba la moto y empezaba el regreso, supe que volvería algún día para seguir explorando este fascinante pueblo.
Granadilla, con su rica historia y su belleza tranquila, me dejó una marca. Y mientras conducía de vuelta a casa, supe que no sería la última vez que visitaría este increíble lugar. Al llegar a casa, me sentí enriquecido por la experiencia y emocionado por las futuras aventuras que me esperaban en mis viajes en moto.
Ya en casa, me puse a investigar más sobre Granadilla y descubrí que hay varias asociaciones y entidades que trabajan en su conservación y promoción. Planeo unirme a algunas de sus actividades y quizás colaborar en futuros proyectos de restauración. También me gustaría organizar un viaje en grupo con otros motociclistas para compartir con ellos la experiencia de visitar este fascinante pueblo.
Granadilla es un lugar que merece ser conocido y apreciado por todos, y estoy decidido a hacer mi parte para que su historia y su belleza no se pierdan en el tiempo.
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